4 de octubre de 2012
11 de agosto de 2012
A(n)gosto
El calor es asfixiante. El sonido del ventilador en aquella pequeña
habitación, no hace sino acentuar su molestia. Hace horas que sonó el
despertador, o minutos, ni siquiera lo sabes, pero no importa. Lo
pusiste por pura costumbre, y por el placer que te da apagarlo y seguir
retozando sobre las sábanas. Te giras, palpas el vacío y
recuerdas aquellos años...
Huele
a agosto. Huele a calor. Huele a heridas en la rodilla y a pipas. A bocadillos para
cenar y cervezas sin motivo. Huele a callejones, despreocupación y
girasoles. Campo y más calor. Secretos, y rumores secretos. Huele a
primeros todos. Incluso a algún castigo. Huele a la salida de la misa
del domingo en la plaza del pueblo. Y a las 100 pesetas que tu padre te
daba para que te compraras un polo, por ser domingo, claro. Carretera,
y viajes interminables hacia el sol. El coche cargado de discusiones con tus hermanas y música que ahora escuchas con nostalgia. Kilómetros que
veías acercar reencuentros y despedidas. Estrofas metidas en un sobre,
que enviabas a lugares que no sabías ni que existían.
Recuerdas, porque
no quieres olvidar, que una vez tuviste dónde ir, y dónde te esperaran.
Las sillas taponaban los callejones estrechos, y los abánicos se movían
al ritmo de sus latidos. Lentos. Era agosto, eran angostos. Paseos nocturnos por
la carretera, bajo las estrellas y entre los arbustos. Y tardaba más en
acabar el día, porque ellos creían que en los pueblos nunca pasaba
nada. Barajas de cartas, y más
pipas. Siempre. Cafés después de comer, tardes eternas y noches
fugaces. No había vida más perfecta ni otra posible. Era agosto.
Planes, bicicleta y canciones. Películas de amigos para siempre y amores para nunca. Jugabas de noche, y vivías de día. Recorrías escondites, los por todos conocidos, y el resto los inventabas. Y las lágrimas de San Lorenzo que siempre estaban, y esas estrellas que formaban una flecha también, verano tras verano. La gente era la de siempre, pero cambiaba a la velocidad de un invierno. Rellenabais el tiempo con lo sucedido durante el frío, y ese mes, vivías lo suficiente para sobrevivir el resto del año.
Promesas, y calimocho. Y calor, siempre calor.
Libros y revistas, había tiempo para todo. Incluso para intentar que la única cabina que había, no se tragara la moneda que te quedaba. Y la tarde que llovía, era especial. Y se paraba el tiempo a la vez que cambiaba.
Agosto. Suena a dominó y a pájaros, sabe a curiosidad y a leche fría con canela y limón. Y era tan real lo que vivías, que no necesitabas fotografiar cada momento, ni cada amanecer. Y porque sabías que diez años después, seguirías guardando sus esencias. Como que el panadero te despertara cuando llegaba con su furgoneta blanca, y cómo temías no distinguir las campanadas de la iglesia cuando anunciaran un incendio, porque a lo mejor estabas en las eras, jugando a hacer una casa y a tener una familia, o practicando cómo coger un cigarrillo con un trocito de caña. Y volvías a acordarte de las campanadas y el incendio, y entonces cogías una tiza y dibujabas un corazón en el suelo, con dos nombres dentro.
Y
mientras, llegaba la orquesta del pueblo, y te acercabas para ver cómo
montaban el escenario, y te pasabas allí las horas que eso duraba,
porque luego corrías a casa
a ducharte y arreglarte para ir al baile, mientras unos cómplices más
mayores, os compraban el alcohol y el tabaco que meteríais en vuestro escondite. Y te sentías mayor, y nerviosa, y sabías que esa noche os
prometeríais no dormir e ir andando al pueblo de al lado después de que
amaneciera, y que al volver os sentiríais más mayores y unidos. Y al día
siguiente, harías el camino de siempre, para recoger a todas tus
amigas, casa por casa y contaros lo que pasó y lo que no. Y no querrías
que la señora de la plaza, esa que siempre está allí, y que anoche
estuvo dónde nunca estaba, te reconozca, porque al fin y al cabo tú no
vives allí, y de año en año cambias mucho, te mientes, porque si no,
sabías que estabas perdida, y que se acabaría esa media hora que te
habían dado de más porque eran fiestas.
Y seguían pasando los días. Y creías que toda la vida sería así, que siempre estarían allí todos, esperándote con ganas, porque los de fuera van poco, pero siempre tienen cosas nuevas que contar. Creíais que siempre estaría la orquesta llamándote Chiquilla, o pidiéndote que les dejaras atravesar el tiempo sin documentos... y que siempre tendrías ese grupo enorme de chicas y chicos al que cogerte y con el que bailar haciendo el ridículo, que sabías que hacías pero que no te importaba.Y que no había otra forma de vivir Agosto.
Y seguían pasando los días. Y creías que toda la vida sería así, que siempre estarían allí todos, esperándote con ganas, porque los de fuera van poco, pero siempre tienen cosas nuevas que contar. Creíais que siempre estaría la orquesta llamándote Chiquilla, o pidiéndote que les dejaras atravesar el tiempo sin documentos... y que siempre tendrías ese grupo enorme de chicas y chicos al que cogerte y con el que bailar haciendo el ridículo, que sabías que hacías pero que no te importaba.Y que no había otra forma de vivir Agosto.
Y
ahora, el ventilador viejo se atasca, y te trae de vuelta
y tras la ventana no ves cielo ni montañas, no te despierta el
panadero, ni te molesta ese olor de los pueblos y de las casas de
pueblo, pero que ahora echas de menos. Y ves que ni siquiera miras
Septiembre de la misma forma. Y te das cuenta que no te queda nada de
todo aquello, que te encantaría recuperarlo y te arrepientes de no haber
luchado un poco, pero luego aceptas que sólo has crecido, que todos lo
han hecho, que vuestras vidas han cambiado y seguido diferentes caminos,
caminos que ya no estan bordeados por girasoles ni techados con cielos
estrellados. Y te das cuenta una vez más, que tú no lo sabías, que
tenías miles de miedos y dudas pero que estabas siendo feliz. Que será
una época que siempre recordareis y que eso, de alguna forma
os hará teneros un cariño diferente siempre, aunque no os veais en años,
aunque no sepais nada los unos de los otros... Y de repente, un día,
seguramente éste, sentirás la necesidad de verlos a todos, de comprar
una botella de vino y otra de coca-cola a escondidas, porque si no,
habrá perdido la magia, de robar un cigarro del paquete de su madre,
pero sólo cuando hubiera más de cinco porque si no, se notaría... y de
iros a aquel terreno y tumbaros sobre el suelo de la carretera para
poder ver esas estrellas que seguiran estando allí, esperandoos... y os
hartareis de recordar historias que aún tienes guardadas a
fuego, pero que ni siqueira sabías... Y luego, luego os quedareis
callados y descubrireis que ya no tenéis nada en común y os
entristecerá, o tal vez todo lo contrario, encontrareis miles de cosas
de las que hablar y os prometereis, repetir aquello por lo menos, por lo
menos, una vez al año... Pero fallareiss a vuestra promesa una vez más,
y lo sabríais antes incluso de escupir y chocar vuestras manos. Porque
las promesas de verano nunca se cumplen, y porque las estrellas aunque
estén ahí, y eso es algo que sabes desde hace mucho, puede que ya ni
existan.
Y miras el reloj, y te das cuenta de que es medio día
ya, y sigues en la cama y debe hacer más calor, o debe ser la humedad de
la ciudad, porque apenas llevas ropa pero has empezado a sudar. Te
levantas descalza, porque el suelo esta algo fresco y vas a la cocina a
por agua fría, y echas de menos incluso, que tu madre te diga que no
abras descalza la nevera. Y das un trago directamente de la botella,
porque ella no está allí para reñirte. Y sí, te das cuenta que también
lo echas de menos. Y sales al balcón, y aún con el calor, te fumas un
cigarro allí, observando y recordando, y sabiendo que ese día, vas a
tener un día tonto, así que vuelves al sofá con una pieza de fruta y te
sientas con las piernas dobladas en él, mientras pones música que no
escuchas, mientras con cada vuelta de las aspas del ventilador te dices
que tu vida no está tan mal... Que en la ciudad, en Agosto hay más sitio
para aparcar y se respira más tranquilidad, que las playas estan
abarrotadas de gente y en el pueblo sólo queda la señora de la plaza,
que sigue allí, observando a la siguiente generación, o la siguiente de
la siguiente, mejor.
Y no puedes evitar, ese día, sumergirte en los
recuerdos y ahogarte un poco en ellos. Lo justo y necesario para
maldecir no haber hecho más fotos en aquella época y haber empezado a
fumar. Pero en el fondo, no puedes evitar sonreír de medio lado, y
pensar que fue una época bonita, que estuvo bien que tus padres te
obligaran ir a ese sitio pequeño, aburrido y lejano, y que cometiste un error el primer verano que
decidiste no hacerlo. Y sabes que es tarde para volver y que seguramente
ya no esté ni sea como lo recordabas, y que probablemente él ya no tenga esas pecas tan graciosas. Y tienes miedo a que se esfumen
esos recuerdos pero entonces decides que todo es mucho mejor así y que además,
ya no sabrías cómo hacer una maleta para un mes entero, que es mucho más
sencillo hacerla para sólo tres o cuatro días, porque la verdad, es que
te has acostumbrado a pasar poco tiempo en cada sitio y a enamorarte de
muchos cielos. Y entonces, lo único que te asusta un poco, es saber que esa época de jugar con globos de agua, ya nunca volverá.
4 de julio de 2012
Postal de verano
Veraneábamos en esa aldea en mitad de ninguna parte y ¿recordáis
lo mejor? No necesitábamos más. Apenas unas horas de sol, y muchas
de luna. Tan sólo unas cuantas estrellas mal puestas, y unas pecas
estratégicamente colocadas . Creo que fue la época en que me hice
adicta al café después de comer y antes de hablar, a los cigarros a escondidas y a querer querer. A las pipas de calabaza recién cogidas, y a las historias de miedo. A entrar en cementerios y salir de casas abandonadas. A todo lo que nos diera miedo y curiosidad. A bailar un bals, aun sin saber y pedir otra. A recorrer los pueblos de alrededor, buscando aquellos lugares en los que la noche duraba más. A disfrazar la verdad, y ensalzar las mentiras. A disfrutar como
Forma de vida.
23 de mayo de 2012
Y quería
Nunca fue de esas personas que contaba las historias de sus cicatrices. Y las tenía. De muchos tipos.
2 de mayo de 2012
Si puedes, en veinticinco segundos, devolverme veinticinco años de cariño, quédate.
16 de abril de 2012
14 de abril de 2012
N=-1
Pequeños suicidios que se acontecían a diario.
Tazas aún llenas en bares vacíos y humo saliendo de las chimeneas. Gatos negros paseando por azoteas en las que no anochecía nunca.Entre miedos absurdos y silencios extraños. Viendo restos de humanidad. Perdidos. Añorando.
Tazas aún llenas en bares vacíos y humo saliendo de las chimeneas. Gatos negros paseando por azoteas en las que no anochecía nunca.Entre miedos absurdos y silencios extraños. Viendo restos de humanidad. Perdidos. Añorando.
23 de marzo de 2012
Tú creías que estaba triste pero, simplemente, sonreía al revés.
14 de marzo de 2012
Irreversible.
Nunca lo dijo, pero desde niña le asustó haber heredado la enfermedad que consumía a su padre. Ese no saber querer, ni que le quieran.
28 de febrero de 2012
¿Quedamos en el infinito?
¿Dónde esconder el tiempo que no quieres que pase?
23 de febrero de 2012
Prólogos
Debió ser el verano del 98, porque es par, y las cosas bonitas ocurren en los años pares, o eso le dijeron una vez. O puede que no, que fuera el siguiente. El verano en que se enamoró como una chiquilla, de aquellos girasoles. De aquella aldea, de aquellos kilómetros hacia el sol. De esas tardes eternas comiendo pipas, de esas noches fugaces mirando estrellas tumbados en mitad de la carretera. De aquellas cosas que parecían prohibidas.
Se levanta a las 7, como cada día, pero sin saber porqué, en esa mañana más fría que cualquier otra, su café lleva más nostalgia que cualquier otro. Y es lenta en sus movimientos. Sabe que va a llegar tarde a dónde va, y también que hoy no va a importarle. Que tiene que caminar al ritmo que marca su tristeza, porque no sabe correr. Mira a través del cristal y ve como se sonríen. Y se sonríe ella también. No quiere ni pestañear, no deja que el gélido termómetro que ve bajar se lleve esa imagen. Y cree que si estuviera ahí fuera, tendría escarcha en las pestañas, y en cambio, siente calor. Toma el café a pequeños sorbos, para no atragantarse con recuerdos demasiado bonitos. Y ahora vuelve la mirada hacia su ciudad de siempre, a ese patio, y esa azotea donde siempre quiso vivir. Y no puede evitar sonreír al recordar ese tobogán que hacía que su madre le regañara por hacer que siempre se le rompieran las medias. Y se ve con muchas chicas más, todas sentadas en el suelo, comiendo un bocadillo, y riendo, y es cuando recuerda que las mejores cosas, se dicen en bajito, al oído. Y es cuando recuerda todas las que no dijo.
Termina el café, pero sigue rodeando la taza con sus manos para que no escape el poco calor que quede y deja salir su alma contra el cristal. Y vuelve a verse haciendo dibujos en el del asiento trasero del coche cuando llovía y se empañaban. Y le regañaban de nuevo. Como aquella vez en que se escapó con su hermana mayor de la casa de campo de su tía, para esconder un tesoro entre dos árboles, poco antes, al parecer, de que fueran talados. Y aunque sabe que el tesoro eran una moneda y un simple papel, se entristece al no recordar que habían escrito en él. Y cierra los ojos por primera vez en aquella mañana, fuerte, muy fuerte, para intentar leerlo. Y después los abre, fuerte muy fuerte, para intentar imaginarlo. Y sabe que seguramente querrían decirse algo a su yo del futuro, a ese que está ahora junto a la ventana, cambiando un poco su vida más adulta, por un poco de vida. Y por un momento cree que si alarga la mano, puede llegar hasta ella misma, hasta su niña, y decirse que no llore tanto, que no sufra tanto, que al final nada merece la pena. Y al intentarlo se le cae la taza de las manos y se rompe en pedazos. Y las dos hermanas, como si pudieran haberlo escuchado, levantan la cabeza, mientras dejan de enterrar el tesoro y se van corriendo. Con miedo, como toda la vida ha seguido corriendo. Y es por eso que ya no corre. Que se mueve al paso lento de su tristeza. Porque ya no tiene prisa, aunque a veces sí miedo. Recoge esos pedazos, como hizo con su vida cientos de veces, y los lanza muy muy lejos, donde no haya nadie, para que no puedan dañar. Y va hasta su habitación y vuelve a meterse en la cama. Se esconde bajo las sábanas y se sonríen. No cree que tenga que estar en ningún sitio mejor que allí en ese momento. Todo lo demás, todo eso ajeno a la vida, puede esperar.
19 de febrero de 2012
Te comeré a versos
Que tal vez los versos sean besos que aprendieron a escribir.
Que tal vez los versos sean besos que aprendieron a escribir.
6 de febrero de 2012
2 de febrero de 2012
Las veces que morí
Me pregunto cuántas veces puede soportar morir una persona. Yo las recuerdo todas.
Recuerdo la primera, hace años de aquello, coincide con la primera vez que se me paró el corazón y que perdió todo conocimiento. Era de día y hacía sol.
Recuerdo la segunda vez, porque nos mataron entre ideas.
Recuerdo la tercera, y coincide con la vez que lo hizo él. Era (por la) tarde.
Recuerdo la cuarta vez que morí, y lo recuerdo porque fue frente a la tarta de cumpleaños.
También recuerdo la quinta. Me perdí, y no es que no supiera volver, es que ni siquiera sabía si quería hacerlo.
Y recuerdo la sexta y última vez que morí. Y fue de miedo.
Supongo que ya sólo me queda una vida.
Los malos versos
Hay días que, por lo que sea, y por lo que es, te duele hasta respirar, y en vez de hacerlo, te dejas llevar por cualquier aire confiando caer en buenas manos. Porque no te queda otra opción, porque esos días sabes que no vas a luchar con(tra) nadie. Esos días, no tienes más remedio que cerrar los ojos fuertefuerte y esperar a que pasen. Esos días, es como si... no sé, como si nada importase, como si acabaras de descubrir que ese lugar al que siempre soñaste ir, en realidad no existiera...
Pero al final, siempre hay algo o alguien que te salva y es capaz de llevarte hasta allí.
Aunque ya no exista.
Pero al final, siempre hay algo o alguien que te salva y es capaz de llevarte hasta allí.
Aunque ya no exista.
27 de enero de 2012
La paradoja del estrés
Cosas que aprendes, cuando tienes un cardiólogo. De nada.
22 de enero de 2012
17 de enero de 2012
Parpadeos
No sé en que momento me convertí en una de esas personas que sólo sabe hablar con la mirada.
Y mientras, escuchaba: Jamás abras los ojos
9 de enero de 2012
Arrítmica
Tenía el corazón hecho a base de vuelcos.
4 de enero de 2012
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