19 de diciembre de 2014

Esperación*

Lo difícil de vivir es no hacerlo bien. Es saber quedarte sin aire ni palabras. Y cuándo. Es saber perder la cabeza, y el cuerpo entero. Y por quién. Es quedarte sin respiración pero con dignidad. Y eso no hay ciencia que lo enseñe.
Porque puede que, a veces, sólo la desesperación nos impulse a actuar. Puede que la desesperación sea como una borrachera de miedo y descontrol, que hace que creamos que no podamos más, aun pudiendo. Porque si no, no seriamos capaces. Y la buscamos. Deseamos secretamente, llegar a ese estado de pánico escénico a la vida, a esa especie de enajenación mental que nos impide pensar con claridad y que nos obliga a resquebrajarnos y a caer. A perder la cabeza y hasta el alma. Y a olvidar todo lo demás. Porque lo difícil de vivir es hacerlo viviendo.

*Dícese del que desespera sólo esperando.

11 de diciembre de 2014

Numerología

Poder contar con alguien.
Hasta el infinito.
Aunque no recordéis ni un sólo número.
Eso era el amor.

29 de noviembre de 2014

Aunque quieran

Alguien dijo que a veces a la vida se le escapa un milagro de las manos. Y tú fuiste mi milagro. Y mis manos. No porque me salvaras sino porque nunca lo hiciste, ni lo prometiste. Porque me enseñaste a no necesitarlo. Y a bailar aunque me sintiera pequeña.

Lo que no dicen es que te tuve que querer por miedo. Miedo a que tú ya no lo hicieras. A que pudiéramos volver a soportar nuestras miradas sin acabar sonriendo. ¡Y qué feo eso! A que dejaras d
e abrazarme. O a que ya no me tocaras ni riñeras por mi enredado pelo. Que dejáramos de ser nosotros y sólo fuéramos cualquier ellos. Miedo a seguir durmiendo juntos y despertar separados. A ya no más contar el tiempo en canciones.

Y fuiste mi milagro porque me despertaste, porque querías que yo nos quisiera, sobre todo a mí. Incluso más que yo. Porque eras lo contrario a lo que decías, y por supuesto, al amor. Y debes saber que a veces a la vida no se le cuelan más milagros. Y que quizás yo también fui el tuyo. Aunque nunca lo creyeras. Puede que los demás no sepan la distancia a la que tienes el corazón, ni lo invisible que parece. Pero yo sí. Igual que hay quien no sabe llegar y sacarnos de golpe todas las sonrisas atrapadas. Aunque quiera. Ni provocar esa sensación de qué sé yo, ese deseo nada sutil e impropio de mí, de querer acurrucarme entre tus brazos y quedarme ahí a vivir. Las veces que sean. Fuimos un milagro. Y los milagros no existen. Aunque a veces a ellos se les escape la vida entre las manos. 

Y tú, fuiste, un rato, la mía

17 de noviembre de 2014

10 de noviembre de 2014

Consiguió tragarse el nudo que tenía en el corazón, pero ahora lo tenía en la boca del estómago. El corazón.

2 de noviembre de 2014

Si hubiera podido, habría pesado toda su tristeza para que así,  nadie más le obligara a levantarse. Era todo tristeza.

14 de septiembre de 2014

Pesadilla

No sé si recuerdas aquella noche que tuve tanto miedo. Aquella que como una niña, con su camisón y cabizbaja, llegué hasta ti llorando, y pidiendo que me dejaras dormir contigo. Aunque me conformaba con que me dejaras estar allí mientras no dormía. Y tú me preguntaste que si había tenido una pesadilla, y yo te dije que sí. Que todas. ¿La recuerdas? Creo que te conté que había soñado con una habitación llena de tiburones, con sombras que me perseguían en la oscuridad y fantasmas que no me dejaban nadar. Pero yo nunca recuerdo lo que sueño. Tú me abrazabas para hacérmelo olvidar, mientras yo pensaba que cómo ibas a curarme de ti. Y de mi suerte. Y de la tuya. Y cuánto más me calmabas, más me enfurecía por dentro hasta llegar a sentir claustrofobia en mi propia piel. No temblaba de frío. No quería que fueras a por otra manta. Sólo era mi mente que luchaba por escapar de aquel nosotros que estábamos destruyendo. Pero sobre todo, porque no quería que te separaras de mí ni un latido. Y tú, a veces parecías tampoco quererlo. ¿La recuerdas?
Y a partir de entonces, no estoy orgullosa de nada de lo que hice. Yo ya no quería quererme, sólo quería que lo hicieras tú. Me daban igual los tiburones, ni las heridas y la sangre. Me daba igual perderme o que se me cayera el mundo encima, me daba igual ser sólo de huesos y vacío. Porque yo sólo quería que volvieras a por mí, aunque para ello tuviera que andar descalza sobre cristales rotos y beberme todo tu veneno. Y tú abriste los ojos justo cuando estaba a punto de hacerlo. Viste que yo no dormía, que no era frío ni pesadillas y me sentí desnuda ¿La recuerdas ya? Me levanté y me fui. Con toda la elegancia con la que alguien puede ocultar que necesita a otro alguien demasiado. Y nunca me dijiste adiós. Solo un “Cierra al salir”. Si se nos dio mal el principio, imagina un final. Y por eso siempre supimos que no íbamos a tener uno

14 de agosto de 2014

Pájaros de papel

Era atemporal. No sabía cuántos años tenía, ni cuántos llevaba contando estrellas apagadas. No era feliz ni tampoco todo lo contrario. Era. Era cada día de fin a principio. Despertaba por las noches y dormía con el sol. Era inmaterial. Estaba hecha de todos los descartes de los demás. De pequeñas desilusiones, y esperanzas abandonadas. Y un poco de piel. No venía de ningún lugar en particular, pero siempre de lejos. Y tarde.
Ella era como todas las demás, pero más diferente. Rompía ideas. No reía por agradar, no adulaba sin razón, y no allanaba el camino a los que ya podían bailar sobre él. Era más de las causas pequeñas, las que a todos les parecían insignificantes: recoger pájaros de papel caídos de nidos invisibles era su distracción favorita. Y arreglar corazones que aún no se habían roto. También le gustaba vivirse de la risa, y desayunar todas las noches. Sentarse y desesperar. No se ataba a nada ni nadie que pudiera atarle pero se agarraba a todos los clavos que ardían incluso en el mar. No quería una familia ni viajar, porque lo deseaba demasiado. No soñaba, ni dormida ni despierta, porque pasaba el día tejiendo sus realidades y dedicaba las tardes a vender vestidos hechos con los pedacitos de tela que recogía de sus otras vidas.

Pero era tan real como cualquier otra persona. Se irritaba con facilidad y jugaba a esconderse para que alguien le encontrara. Y aquel muelle era su lugar favorito para ello, porque no existía. Igual que ella. Que sólo lo hacía el tiempo que alguien pronunciaba su nombre. Porque después, quizás, ya era olvidada.

8 de agosto de 2014

Sirenidad

Cruzar todos los mares y también algún trozo de tierra. Huir a la deriva y, como todo lo verdaderamente importante, sin pensar. Como tormentas de verano desencontrándose en cada océano. Arrasando los continentes y abriendo grietas en el mar. Furia azul. Estruendos.
Y luego calma. Y un baile en la distancia. Y un: - Estoy aquí- Con falsa timidez. Y un: - Pasaba por aquí, desvestida para ti- Y ya no hay más calma, ni más furia. De repente todo es claridad. Y cambia el escenario. Y todas las escenas. Y sólo amanece y ya faltan horas. Y todas, son pocas. Porque no pasaba por ahí. Venía desde lo más profundo de sí misma. Llevaba cinco mares, y tres vidas. Como aquella sirena. Pero ella ya sólo quería ahogarle el corazón. Y contarle su secreto, que en otra vida, había sido casi humana.

27 de julio de 2014

Veranos

Los desayunos de verano en esas tazas verdes translúcidas, su abuelo leyendo, el pollito que le regaló la mujer del mercado, los cumpleaños especiales con vasos de plástico y globos, el cine de los viernes por la tarde y los jueves de macarrones, pintar con tiza en todos los suelos incluso los que no pisaba, su vestido favorito de flores y volantes, ese que le hacía volar, la feria y las manzanas de caramelo, las tardes en el pueblo comiendo pipas y risas, el sonido de las fichas de dominó en la plaza, los cuentos de antes de dormir y después de jugar, los girasoles, ser una princesa en su castillo sin haberse movido de la cama, los viajes eternos en familia en aquel viejo coche que más de una vez les dejó tirados, la playa, su casita de la playa, arrastrar los zapatos de tacón de su madre porque le sobraba un palmo, y coger sus pinturas y sus bolsos, y ser otra. Ella. Y jugar a no ser pequeña. Y serlo. Y querer parar de crecer pero no terminar de hacerlo. No poder. Si algo echaba de menos era poder llorar desconsolada ante alguien a quién le doliera más que a ella. Y los finales felices. Y los principios.
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