El calor es asfixiante. El sonido del ventilador en aquella pequeña
habitación, no hace sino acentuar su molestia. Hace horas que sonó el
despertador, o minutos, ni siquiera lo sabes, pero no importa. Lo
pusiste por pura costumbre, y por el placer que te da apagarlo y seguir
retozando sobre las sábanas. Te giras, palpas el vacío y
recuerdas aquellos años...
Huele
a agosto. Huele a calor. Huele a heridas en la rodilla y a pipas. A bocadillos para
cenar y cervezas sin motivo. Huele a callejones, despreocupación y
girasoles. Campo y más calor. Secretos, y rumores secretos. Huele a
primeros todos. Incluso a algún castigo. Huele a la salida de la misa
del domingo en la plaza del pueblo. Y a las 100 pesetas que tu padre te
daba para que te compraras un polo, por ser domingo, claro. Carretera,
y viajes interminables hacia el sol. El coche cargado de discusiones con tus hermanas y música que ahora escuchas con nostalgia. Kilómetros que
veías acercar reencuentros y despedidas. Estrofas metidas en un sobre,
que enviabas a lugares que no sabías ni que existían.
Recuerdas, porque
no quieres olvidar, que una vez tuviste dónde ir, y dónde te esperaran.
Las sillas taponaban los callejones estrechos, y los abánicos se movían
al ritmo de sus latidos. Lentos. Era agosto, eran angostos. Paseos nocturnos por
la carretera, bajo las estrellas y entre los arbustos. Y tardaba más en
acabar el día, porque ellos creían que en los pueblos nunca pasaba
nada. Barajas de cartas, y más
pipas. Siempre. Cafés después de comer, tardes eternas y noches
fugaces. No había vida más perfecta ni otra posible. Era agosto.
Planes, bicicleta y canciones. Películas de amigos para siempre y amores para nunca. Jugabas de noche, y vivías de día. Recorrías escondites, los por todos conocidos, y el resto los inventabas. Y las lágrimas de San Lorenzo que siempre estaban, y esas estrellas que formaban una flecha también, verano tras verano. La gente era la de siempre, pero cambiaba a la velocidad de un invierno. Rellenabais el tiempo con lo sucedido durante el frío, y ese mes, vivías lo suficiente para sobrevivir el resto del año.
Promesas, y calimocho. Y calor, siempre calor.
Libros y revistas, había tiempo para todo. Incluso para intentar que la única cabina que había, no se tragara la moneda que te quedaba. Y la tarde que llovía, era especial. Y se paraba el tiempo a la vez que cambiaba.
Agosto. Suena a dominó y a pájaros, sabe a curiosidad y a leche fría con canela y limón. Y era tan real lo que vivías, que no necesitabas fotografiar cada momento, ni cada amanecer. Y porque sabías que diez años después, seguirías guardando sus esencias. Como que el panadero te despertara cuando llegaba con su furgoneta blanca, y cómo temías no distinguir las campanadas de la iglesia cuando anunciaran un incendio, porque a lo mejor estabas en las eras, jugando a hacer una casa y a tener una familia, o practicando cómo coger un cigarrillo con un trocito de caña. Y volvías a acordarte de las campanadas y el incendio, y entonces cogías una tiza y dibujabas un corazón en el suelo, con dos nombres dentro.
Y
mientras, llegaba la orquesta del pueblo, y te acercabas para ver cómo
montaban el escenario, y te pasabas allí las horas que eso duraba,
porque luego corrías a casa
a ducharte y arreglarte para ir al baile, mientras unos cómplices más
mayores, os compraban el alcohol y el tabaco que meteríais en vuestro escondite. Y te sentías mayor, y nerviosa, y sabías que esa noche os
prometeríais no dormir e ir andando al pueblo de al lado después de que
amaneciera, y que al volver os sentiríais más mayores y unidos. Y al día
siguiente, harías el camino de siempre, para recoger a todas tus
amigas, casa por casa y contaros lo que pasó y lo que no. Y no querrías
que la señora de la plaza, esa que siempre está allí, y que anoche
estuvo dónde nunca estaba, te reconozca, porque al fin y al cabo tú no
vives allí, y de año en año cambias mucho, te mientes, porque si no,
sabías que estabas perdida, y que se acabaría esa media hora que te
habían dado de más porque eran fiestas.
Y seguían pasando los días. Y creías que toda la vida sería así, que siempre estarían allí todos, esperándote con ganas, porque los de fuera van poco, pero siempre tienen cosas nuevas que contar. Creíais que siempre estaría la orquesta llamándote Chiquilla, o pidiéndote que les dejaras atravesar el tiempo sin documentos... y que siempre tendrías ese grupo enorme de chicas y chicos al que cogerte y con el que bailar haciendo el ridículo, que sabías que hacías pero que no te importaba.Y que no había otra forma de vivir Agosto.
Y seguían pasando los días. Y creías que toda la vida sería así, que siempre estarían allí todos, esperándote con ganas, porque los de fuera van poco, pero siempre tienen cosas nuevas que contar. Creíais que siempre estaría la orquesta llamándote Chiquilla, o pidiéndote que les dejaras atravesar el tiempo sin documentos... y que siempre tendrías ese grupo enorme de chicas y chicos al que cogerte y con el que bailar haciendo el ridículo, que sabías que hacías pero que no te importaba.Y que no había otra forma de vivir Agosto.
Y
ahora, el ventilador viejo se atasca, y te trae de vuelta
y tras la ventana no ves cielo ni montañas, no te despierta el
panadero, ni te molesta ese olor de los pueblos y de las casas de
pueblo, pero que ahora echas de menos. Y ves que ni siquiera miras
Septiembre de la misma forma. Y te das cuenta que no te queda nada de
todo aquello, que te encantaría recuperarlo y te arrepientes de no haber
luchado un poco, pero luego aceptas que sólo has crecido, que todos lo
han hecho, que vuestras vidas han cambiado y seguido diferentes caminos,
caminos que ya no estan bordeados por girasoles ni techados con cielos
estrellados. Y te das cuenta una vez más, que tú no lo sabías, que
tenías miles de miedos y dudas pero que estabas siendo feliz. Que será
una época que siempre recordareis y que eso, de alguna forma
os hará teneros un cariño diferente siempre, aunque no os veais en años,
aunque no sepais nada los unos de los otros... Y de repente, un día,
seguramente éste, sentirás la necesidad de verlos a todos, de comprar
una botella de vino y otra de coca-cola a escondidas, porque si no,
habrá perdido la magia, de robar un cigarro del paquete de su madre,
pero sólo cuando hubiera más de cinco porque si no, se notaría... y de
iros a aquel terreno y tumbaros sobre el suelo de la carretera para
poder ver esas estrellas que seguiran estando allí, esperandoos... y os
hartareis de recordar historias que aún tienes guardadas a
fuego, pero que ni siqueira sabías... Y luego, luego os quedareis
callados y descubrireis que ya no tenéis nada en común y os
entristecerá, o tal vez todo lo contrario, encontrareis miles de cosas
de las que hablar y os prometereis, repetir aquello por lo menos, por lo
menos, una vez al año... Pero fallareiss a vuestra promesa una vez más,
y lo sabríais antes incluso de escupir y chocar vuestras manos. Porque
las promesas de verano nunca se cumplen, y porque las estrellas aunque
estén ahí, y eso es algo que sabes desde hace mucho, puede que ya ni
existan.
Y miras el reloj, y te das cuenta de que es medio día
ya, y sigues en la cama y debe hacer más calor, o debe ser la humedad de
la ciudad, porque apenas llevas ropa pero has empezado a sudar. Te
levantas descalza, porque el suelo esta algo fresco y vas a la cocina a
por agua fría, y echas de menos incluso, que tu madre te diga que no
abras descalza la nevera. Y das un trago directamente de la botella,
porque ella no está allí para reñirte. Y sí, te das cuenta que también
lo echas de menos. Y sales al balcón, y aún con el calor, te fumas un
cigarro allí, observando y recordando, y sabiendo que ese día, vas a
tener un día tonto, así que vuelves al sofá con una pieza de fruta y te
sientas con las piernas dobladas en él, mientras pones música que no
escuchas, mientras con cada vuelta de las aspas del ventilador te dices
que tu vida no está tan mal... Que en la ciudad, en Agosto hay más sitio
para aparcar y se respira más tranquilidad, que las playas estan
abarrotadas de gente y en el pueblo sólo queda la señora de la plaza,
que sigue allí, observando a la siguiente generación, o la siguiente de
la siguiente, mejor.
Y no puedes evitar, ese día, sumergirte en los
recuerdos y ahogarte un poco en ellos. Lo justo y necesario para
maldecir no haber hecho más fotos en aquella época y haber empezado a
fumar. Pero en el fondo, no puedes evitar sonreír de medio lado, y
pensar que fue una época bonita, que estuvo bien que tus padres te
obligaran ir a ese sitio pequeño, aburrido y lejano, y que cometiste un error el primer verano que
decidiste no hacerlo. Y sabes que es tarde para volver y que seguramente
ya no esté ni sea como lo recordabas, y que probablemente él ya no tenga esas pecas tan graciosas. Y tienes miedo a que se esfumen
esos recuerdos pero entonces decides que todo es mucho mejor así y que además,
ya no sabrías cómo hacer una maleta para un mes entero, que es mucho más
sencillo hacerla para sólo tres o cuatro días, porque la verdad, es que
te has acostumbrado a pasar poco tiempo en cada sitio y a enamorarte de
muchos cielos. Y entonces, lo único que te asusta un poco, es saber que esa época de jugar con globos de agua, ya nunca volverá.
amen!
ResponderEliminarGracias madrugador/a!
EliminarEres increíble! solo eso. (y aún con un poco de vergüenza busco en google si la palabra increíble lleva acento porque no quiero estropear esta entrada con una falta de ortografía).
ResponderEliminarMuchas gracias, sólo eso.
Eliminar:)