9 de abril de 2013

Lo peor de irse



Que nunca estás del todo en ninguna parte. Volver y aceptar que hay quien no te espera, y quien nunca lo ha hecho. Sentirte desvinculada de todo y otro poco de todos. Recordar  todos los lugares en los que no has estado. Que no quede nada donde está todo. Decorar recuerdos y al volver descubrirlos difuminados. Agudizar cada sentimiento, hasta la saciedad. Explotar en infinitas palabras. Cronometrar cada día, cada vuelta. Sentirte lejos incluso cuando ya estás. Las manos frías. Pensar mucho más de lo que sabes que vas a hablar. Despertar sin recordar dónde estás, abrir los ojos y volver a cerrarlos. Dolerte. Medir la distancia en tiempo, y los días en kilómetros. Sentir la fragilidad en cada ventana, en cada noche. Volver a dolerte. Perder el norte sin haberte movido y repasar el nombre de todos. Volver a alinear tus sentimientos y mantenerlos en el lado correcto de la cordura, la que jamaste quisiste pisar. Aprender a relativizar y otras teorías. Disfrutar a medias, y vivir entera. Perderte cada vez que intentas cambiar de camino, perderte andando con tacones y temblando. Saber que te tienes a ti. Sólo. Sola. Los momentos azules y las noches blancas. El miedo. La continua sensación de que no vas a quedarte. Y las sesenta decisiones por minuto. Las esperas en las estaciones, sobre todo en el invierno. Despedirte. Despedirte otra vez. Los días de insomnio.  Y volver, lo peor de irse, sin duda.
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