3 de diciembre de 2011

La vendedora de versos

prefería perseguir sueños eternamente, y sólo rozarlos para que no murieran ahogados. Era artesana de sus ideas y maestra de sus debilidades. Disfrutaba inventando cada mañana ungüentos de felicidad, y los vendía en pequeñas dosis que pocos compraban. Fabricaba caminos que no llegaban a ningún lugar, sólo por saciar sus ganas de hacer. Se emocionaba con la facilidad con la que llegaba el frío a su puesto, y observaba como el tiempo se escondía entre los posos de café. Atenta, siempre atenta por si alguien se acercara a observar.

3 comentarios:

  1. ¡Qué bonito!

    Yo sería de las pocas que le compraría esos ungüentos ;)

    Besitos!

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  2. Pues gente como tú, es la que hace que se sigan queriendo vender pedacitos de felicidad :P

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