Lo que no dicen es que te tuve que querer por miedo. Miedo a que tú ya no lo hicieras. A que pudiéramos volver a soportar nuestras miradas sin acabar sonriendo. ¡Y qué feo eso! A que dejaras de abrazarme. O a que ya no me tocaras ni riñeras por mi enredado pelo. Que dejáramos de ser nosotros y sólo fuéramos cualquier ellos. Miedo a seguir durmiendo juntos y despertar separados. A ya no más contar el tiempo en canciones.
Y fuiste mi milagro porque me despertaste, porque querías que yo nos quisiera, sobre todo a mí. Incluso más que yo. Porque eras lo contrario a lo que decías, y por supuesto, al amor. Y debes saber que a veces a la vida no se le cuelan más milagros. Y que quizás yo también fui el tuyo. Aunque nunca lo creyeras. Puede que los demás no sepan la distancia a la que tienes el corazón, ni lo invisible que parece. Pero yo sí. Igual que hay quien no sabe llegar y sacarnos de golpe todas las sonrisas atrapadas. Aunque quiera. Ni provocar esa sensación de qué sé yo, ese deseo nada sutil e impropio de mí, de querer acurrucarme entre tus brazos y quedarme ahí a vivir. Las veces que sean. Fuimos un milagro. Y los milagros no existen. Aunque a veces a ellos se les escape la vida entre las manos.
Y tú, fuiste, un rato, la mía