Veraneábamos en esa aldea en mitad de ninguna parte y ¿recordáis
lo mejor? No necesitábamos más. Apenas unas horas de sol, y muchas
de luna. Tan sólo unas cuantas estrellas mal puestas, y unas pecas
estratégicamente colocadas . Creo que fue la época en que me hice
adicta al café después de comer y antes de hablar, a los cigarros a escondidas y a querer querer. A las pipas de calabaza recién cogidas, y a las historias de miedo. A entrar en cementerios y salir de casas abandonadas. A todo lo que nos diera miedo y curiosidad. A bailar un bals, aun sin saber y pedir otra. A recorrer los pueblos de alrededor, buscando aquellos lugares en los que la noche duraba más. A disfrazar la verdad, y ensalzar las mentiras. A disfrutar como
Forma de vida.